Cuando muere la gente que ha sido parte tan inherente a nuestro mundo como lo son los árboles, las bicicletas, la ikastola o nuestras propias madres, me invade una sensación del fin del mundo tal y como lo conozco y siempre lo he concebido.
Estos iconos son tan reales y aparentemente tan inamovibles de nuestras referencias como todo lo físico y natural, pero claro, como cualquier hijo de vecino, la espichan en cuanto menos se lo esperan.
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Cuando muere la gente que ha sido parte tan inherente a nuestro mundo como lo son los árboles, las bicicletas, la ikastola o nuestras propias madres, me invade una sensación del fin del mundo tal y como lo conozco y siempre lo he concebido.
Estos iconos son tan reales y aparentemente tan inamovibles de nuestras referencias como todo lo físico y natural, pero claro, como cualquier hijo de vecino, la espichan en cuanto menos se lo esperan.
Me deja un sentimiento de desasosiego.
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